Nadie puede entender el trauma de perder el pelo mejor que la persona que lo sufre. Esa frase me la dijo mi padre hace muchos años, cuando yo era todavía un niño y, evidentemente, ni tenía problemas de alopecia ni me importaban lo más mínimo. Y me lo dijo después de escucharme una pelea con mi hermano mayor y observar como me metía con su incipiente alopecia. Nunca se me va a olvidar la «regañina monumental» que me llevé aquel día.
Tenía razón, años después empecé a sufrir alopecia, era evidente, mi padre calvo, mi hermano mayor calvo… me tocaba. El sufrimiento que llegué a sentir jamás lo había vivido, sentía una impotencia horrible, unas ganas de llorar constante y una sensación de un futuro negro permanente. Desde ese momento el pelo era el centro del universo para mí, me miraba las entradas en todos los espejos, me pasaba la mano por la cabeza continuamente viendo como siempre había restos de pelos, analizaba al dedillo el pelo de los demás… fue un infierno.
Sé que hay problemas más graves en el mundo, no soy tonto, pero para mí en ese momento el pelo era lo peor que me podía pasar. Yo siempre había dicho: «bah, si me quedo calvo me rapo y ya está»… Que fácil era decir aquello entonces cuando el espejo reflejaba un pelo perfecto… yo no estaba preparado para un cambio de imagen tan repentino.
La desesperación era tal que gasté miles de euros en clínicas «milagrosas» que evidentemente solo sirvieron para vaciar mis bolsillos y continuar con mi particular pesadilla. Durante dos años me patee la provincia entera en busca de una solución, pero no había nada que hacer, todos los médicos me decían lo mismo: «prueba con minoxidil y si funciona pues has tenido suerte» pero no me funcionaba, al menos en la zona donde yo estaba «clareando» a un ritmo frenético.
Hasta que un día mi madre me pidió que la acompañara a un dermatólogo de la seguridad social para una consulta rutinaria. Entré, vi un hombre mayor CALVO y bastante apático, trató a mi madre y tras ello empecé a hablar de mi problema. Se puede decir que en ese momento vi la luz, me dijo unas palabras tan tranquilas y seguras que creía que estaba contándome un cuento. Básicamente me dijo que se acabaron mis problemas, que la alopecia ya se puede frenar y que ya no tenía que preocuparme de nada. Eso sí, también me dijo que desde ese despacho de la S.S. no podía hacer nada y que volviera al día siguiente a su oficina privada… aquí nadie da duros a pesetas, está claro. Evidentemente yo no las tenía todas conmigo, ya me había adulado en las clínicas «sacacuartos» y desconfiaba hasta de mi sombra… pero se podía decir que aquello era distinto…
Al día siguiente fui a su despacho privado y todas mis dudas se disiparon, se sentó a mi lado, estudió mis antecedentes familiares, me miró un poco el cuero cabelludo (no hizo el «paripé» de arrancarme un pelo y mirarlo en una lupa) y me explicó con pelos y señales lo que me pasaba y por qué la alopecia androgenética me estaba «devorando». Me habló de un nuevo medicamento (de esto hace ya más de 10 años) llamado propecia que estaba revolucionando el problema de la alopecia, que agarraba el problema desde el interior y me preguntó si quería probarlo… SE ME LLENÓ LA BOCA CON EL «SI QUIERO». Sin embargo no se cortó en absoluto, me avisó de los efectos secundarios y de como tenía que mantener la calma y olvidarme del problema. Insistió tantísimo en el factor psicológico que hasta me asusté un poco.
Dicho y hecho, la verdad es que me costó muchísimo (sobre todo las primeras semanas) olvidarme del pelo y dejar de mirarme en todos los espejos. Me hice unos análisis de sangre y empecé el tratamiento a base de una pastilla diaria de propecia (finasteride 1mg), unas cápsulas de levadura de cerveza y un champú neutro suave de diario. Seis meses después no me lo podía creer, no solo había dejado de clarearme el pelo sino que además lo tenía más denso en las zonas críticas. Mi autoestima estaba por las nubes… y así hasta hoy, diez años después, donde puedo decir que tengo más pelo que cuando empecé el tratamiento. En cuanto a los efectos secundarios no tuve el más mínimo problema, me olvidé por completo de ellos desde el día cero. Yo solo quería recuperar mi pelo y no podía pensar en otra cosa, seguramente eso me ayudó a dejar de lado esa improbable pero existente posibilidad.
Todo este tostón se para reflejar la importancia que tiene el facto psicológico en este tema. Y estoy hablando tanto del problema en sí como de los efectos secundarios de cualquier tratamiento. La obsesión solo te lleva a cometer errores y además el estrés que genera es un problema añadido para nuestro pelo. Hay que calmarse, mirar la situación con perspectiva y ser consciente de que el problema tiene solución.
Imaginad que cada vez que tomáis una aspirina os viene a la cabeza la cantidad de gente que ha sufrido un infarto tras tomársela. ¿A que no lo hacéis? Eso es por que sabéis que el porcentaje de esos casos es mínimo y que los beneficios de la aspirina con respecto a su índice de efectos secundarios compensa con creces su utilización. Eso es así para cualquier tipo de medicamento aprobado por los organismos oficiales de cada país. Hay gente que realmente ha sufrido los efectos secundarios de la finasteride y se han asustado y enfadado, eso es perfectamente comprensible. Cuando tomamos algún medicamento aceptamos esa posibilidad, sino quieres aceptarlo NO EMPIECES A USARLO. Lo que no es normal es que la mayoría de los síntomas secundarios se deben a la obsesión permanente por sufrirlos, he escuchado casos de personas que ya decían padecerlos incluso unos minutos después de tomar su primera pastilla… demencial.
Por último, aquí os dejo con un enlace que pone en evidencia todo este asunto de la importancia del factor psicológico:
http://www.med.unne.edu.ar/revista/revista114/Beneficio.htm
[…] tomad este post con muchísima cautela, la caída del pelo puede convertirse en una auténtica obsesión y eso es muy peligroso. Y no solo eso, alguien con mucho pelo que empieza un tratamiento EQUIVOCADO […]